Aunque hay muchas versiones de la historia, que algunas sitúan en 1918 y otros en 1932, casi todas coinciden en los mismos elementos: una pequeña niña japonesa llamada Kikuko, contrajo una grave enfermedad terminal, que la mantuvo durante cinco meses en cama, hasta su muerte. Durante su convalecencia, el hermano de la niña le regaló una muñeca, que había adquirido durante un viaje a la ciudad de Sapporo, en Hokkaido. La muñeca fue bautizada con el nombre de Okiku.
Kikuko, a pesar de estar muy enferma, no se separaba de su muñeca, y la cuidaba cuanto podía para que ésta no sufriera daño alguno. Al morir Kikuko, la familia decidió conservar la muñeca junto a las cenizas de la niña.
Tras pasar el tiempo, comenzaron a descubrir que el pelo de la muñeca crecía de manera inexplicable. Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, la familia emigró y decidieron confiar la muñeca a los sacerdotes del tempo Mannenji.
Han pasado ya muchos años y en la actualidad, la muñeca aún se conserva en el templo situado en la localidad de Iwamizawa, Hokkaido, donde los monjes la cuidan con mucho esmero. Miles de turistas visitan todos los años el lugar para comprobar con sus propios ojos, como año tras año, el pelo de la muñeca va creciendo. Incluso hay quienes sostienen que los labios de Okiku, que antes permanecían cerrados, ahora están abiertos y con cierto toque de humedad.
Y si os interesa este tema, este no es el único templo con muñecas misteriosas que existe en Japón.